Estoy convencida de que si algo
te gusta mucho, eres capaz de transmitirlo e, incluso, capaz de aficionar a
alguien.
Creo que eso fue lo que me pasó
a mí.
En mi casa siempre se han hecho
labores. Mis abuelas andaban siempre “crocheteando”, una colcha por aquí, un
pañito por allá… Mi madre le daba a todo. Unas épocas al punto, otras al
crochet y, otras al punto de cruz.
Supongo
que será por esto por lo que a mí me han llamado siempre la atención las
agujas.
El
caso es que la siguiente generación parece que también tiene su curiosidad con
esto del punto.
El
invierno pasado mi hijo me dijo: “mamá, yo quiero aprender a hacer punto” ¡Qué
contenta! ¡Alguien a quién enseñar!
Me puse
a buscar por internet y encontré un tutorial sobre cómo hacer punto con los
dedos, así que nos pusimos y, en un ratito, hizo una minibufanda para sus
peluches. Pero él quería más: “con agujas como tú”. Le di unas agujas y un
ovillo y empezó con el punto del derecho.
La fiebre
tejeril le duró poco, pero de vez en cuando retoma las agujas y hace un par de
vueltas. Esto promete…
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